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Futbolista a prueba de todo

En un pequeño barrio de tierra, donde las casas eran humildes y las calles siempre polvorientas, vivía un niño llamado Nico. A Nico lo que más le gustaba en el mundo era jugar a la pelota. No importaba si era de día o de noche, si llovía o hacía calor; mientras tuviera una pelota, Nico era feliz. Su cancha no era más que un pedazo de tierra en el centro del barrio, sin césped, sin porterías reales, y sin luz cuando caía la tarde. Sin embargo, para él, ese lugar era como un estadio gigante lleno de posibilidades.

Nico jugaba descalzo, porque no tenía zapatillas. Sus pies ya se habían acostumbrado a la tierra caliente y las piedras, y eso no lo detenía. Mientras otros niños descansaban cuando caía la noche, Nico seguía corriendo detrás del balón, aunque la oscuridad invadiera la cancha. Con el tiempo, aprendió a confiar en sus otros sentidos: escuchaba el sonido de la pelota al golpear el suelo, sentía el viento al moverse y conocía cada rincón de la cancha como la palma de su mano. Había desarrollado una habilidad especial para jugar sin ver, algo que lo hacía distinto a los demás.

Un día, mientras jugaba con sus amigos como de costumbre, un hombre vestido de traje, con zapatos brillantes, apareció al borde de la cancha. Nadie sabía quién era, pero observaba con atención cada movimiento de Nico. El hombre era un ojeador de un importante club de fútbol, y no podía creer lo que veía. Nico, sin zapatillas y jugando descalzo en una cancha de tierra, era capaz de hacer maravillas con la pelota que otros chicos, con equipamientos completos, no podían lograr.

Al terminar el partido, el ojeador se acercó a Nico. "Tienes un talento especial, chico", le dijo con una sonrisa. "¿Te gustaría jugar en un club de verdad?" Los ojos de Nico se iluminaron. No podía creer lo que escuchaba. "¿De verdad?" preguntó tímidamente. "Por supuesto", respondió el hombre. "Pero debes seguir entrenando, porque las oportunidades como esta no se presentan dos veces."

Pasaron los meses, y Nico entrenó duro con su nuevo equipo. Llegó el día de la gran final, el día en que todos los esfuerzos serían puestos a prueba. El estadio estaba lleno de gente, y por primera vez en su vida, Nico estaba jugando en una cancha real, con césped verde y arcos profesionales. Los nervios lo invadían, pero también la emoción de haber llegado tan lejos.

Durante el partido, todo parecía ir bien. Nico estaba jugando como nunca, pero de repente, uno de sus botines se rompió. Sus compañeros lo miraron preocupados, pero Nico simplemente sonrió. Para él, jugar descalzo era lo más natural del mundo. Se quitó el otro botín y siguió corriendo como si nada hubiera pasado.

En un momento clave del partido, cuando el marcador estaba empatado, un defensor del equipo rival, desesperado por detener a Nico, le tiró tierra en los ojos. Nico cayó al suelo, pero al levantarse, algo en su mente hizo clic. "Esto no es diferente de cuando jugaba en la cancha de mi barrio", pensó. Estaba acostumbrado a la oscuridad, a jugar sin ver. Así que, aunque los médicos del equipo querían que no continuara, él le suplico al entrenador que confiara y lo dejara continuar. Sin detenerse a limpiar la tierra de sus ojos, siguió adelante. Guiado por el sonido de la pelota y el instinto que había desarrollado durante años de jugar en la oscuridad, Nico esquivó a los defensores y, con un movimiento rápido, pateó el balón directo al arco.

¡Gol! El estadio estalló en gritos y aplausos. Nico había ganado la final para su equipo, sin zapatillas y sin poder ver, pero con el corazón lleno de la pasión que siempre lo había acompañado en cada rincón de su humilde barrio.

Esa noche, mientras levantaba el trofeo y los flashes de las cámaras lo cegaban, Nico pensó en la cancha de tierra de su barrio, en sus pies descalzos corriendo bajo la luna, y en cómo ese lugar, por más humilde que fuera, lo había preparado para ese momento. Porque el verdadero talento no está en lo que tienes, sino en lo que haces con lo que tienes.

Fin.

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