
Cuento-Aventuras

Ofreciendo cuentos infantiles para familias
¿Dónde está Mishu?
En un pequeño pueblo vivían cuatro amigos inseparables: Ana, Leo, Sofía y Tomás. Aunque eran muy diferentes entre sí, siempre se apoyaban y pasaban todo el tiempo juntos. Ana era rápida como un rayo, le encantaba correr y trepar árboles. Leo tenía una vista increíble, siempre notaba las cosas más pequeñas desde lejos. Sofía era súper creativa y siempre tenía una solución ingeniosa para todo, y Tomás, aunque era un poco más tímido, tenía un gran corazón y escuchaba muy bien a los demás.
Un día, mientras jugaban en el parque, Tomás llegó corriendo con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Mi gato, Mishu, ha desaparecido! —dijo desesperado—. No lo encuentro por ninguna parte.
Mishu era el gato favorito de Tomás, y él lo quería más que a nada en el mundo. Los amigos se miraron entre sí, sabiendo lo importante que era ese gato para Tomás. Sin dudarlo, decidieron unir fuerzas para ayudarlo a encontrarlo.
—¡No te preocupes, Tomás! —dijo Ana con una sonrisa—. ¡Lo encontraremos juntos!
Primero, se reunieron bajo un árbol para pensar en un plan.
—Deberíamos dividirnos y buscar por diferentes lugares del pueblo —sugirió Sofía, mientras dibujaba un mapa en la tierra con una ramita.
—Yo puedo trepar a los árboles y ver si Mishu está en alguna rama o en un tejado. Sabes que a los gatos les encanta trepar —dijo Ana, emocionada.
—Yo vigilaré desde lejos. Mi vista es muy buena, y si Mishu está caminando por algún lugar, seguro lo veré —agregó Leo, entrecerrando los ojos como si ya estuviera buscando.
—Y yo me quedaré pensando en qué lugar puede estar escondido. Los gatos son astutos, y tal vez se haya metido en algún sitio que no hayamos considerado —dijo Sofía, mordiéndose el labio.
Tomás, aún triste, asintió con gratitud. Aunque no sabía qué hacer, estaba seguro de que con la ayuda de sus amigos, todo saldría bien.
Ana fue la primera en moverse. Corrió por todo el parque, trepó a los árboles con una agilidad sorprendente, y desde las ramas más altas, gritaba el nombre de Mishu.
—¡Mishu, Mishu! —llamaba una y otra vez. Pero, aunque miró por todos los tejados cercanos, no lo encontró.
Mientras tanto, Leo se subió a una colina cercana desde donde podía ver casi todo el pueblo. Su mirada recorrió las calles, los patios de las casas, e incluso las azoteas. Luego de unos minutos, vio algo moverse en la esquina de una tienda.
—¡Chicos, creo que lo vi! —gritó Leo—. ¡Vamos a la tienda de don Jorge, rápido!
Los amigos corrieron hacia la tienda, pero cuando llegaron, no había ningún gato. El movimiento que Leo había visto resultó ser un pañuelo colgado en una cuerda que se movía con el viento.
—Casi... —murmuró Leo, un poco decepcionado.
—Está bien, Leo, al menos estamos eliminando lugares —dijo Sofía, siempre optimista—. Ahora es mi turno de pensar.
Sofía se sentó en el suelo, cerró los ojos e imaginó ser un gato. “Si yo fuera Mishu, ¿dónde me escondería?” pensó. De repente, abrió los ojos y exclamó:
—¡Las cajas! A Mishu le encanta esconderse en cajas. ¡Vamos a la tienda de papá, está llena de cajas grandes!
Los amigos corrieron hacia la tienda del papá de Sofía, que era una tienda de artículos viejos. Al entrar, vieron montones de cajas apiladas por todos lados. Sofía les señaló algunas de las más grandes.
—¡Busquen aquí! —les dijo.
Ana y Leo empezaron a levantar las tapas de las cajas, mientras Tomás miraba ansioso. De repente, una de las cajas hizo un ruido.
—¿Escucharon eso? —preguntó Tomás.
Todos se quedaron en silencio. ¡Otra vez el ruido!
Ana, rápida como siempre, fue la primera en llegar a la caja de donde venía el sonido. Con mucho cuidado levantó la tapa y...
—¡Mishu! —gritó Tomás, con una enorme sonrisa.
Ahí, dentro de la caja, estaba Mishu, el gato, acurrucado y cómodo como si nada hubiera pasado. Al escuchar la voz de Tomás, Mishu saltó a sus brazos, ronroneando feliz.
Tomás, con Mishu en sus brazos, miró a sus amigos y les dijo:
—Gracias, chicos. Nunca lo hubiera encontrado sin ustedes.
Ana, Sofía y Leo sonrieron.
—Cada uno de nosotros hizo algo importante —dijo Sofía—. Ana buscó en los lugares altos, Leo nos guió a través del pueblo, y juntos descubrimos dónde estaba Mishu.
—¡Eso es lo bueno de trabajar en equipo! —dijo Ana—. Ninguno de nosotros podría haberlo hecho solo.
Tomás asintió, sabiendo que tenía los mejores amigos del mundo. El trabajo en equipo, la creatividad y la perseverancia habían salvado el día, y Mishu estaba de vuelta, ronroneando en su regazo.
Y así, el grupo de amigos aprendió una valiosa lección: cada uno de ellos tenía habilidades únicas, y cuando trabajaban juntos, podían resolver cualquier problema.
Desde ese día, sabían que, sin importar lo que ocurriera, siempre podrían contar con el apoyo de los demás.
Fin.