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Bombero Desastre

Había una vez un bombero llamado Paco, conocido en todo el barrio no por sus habilidades heroicas, sino por su inigualable capacidad para empeorar cualquier situación. Paco tenía el corazón más grande del mundo y siempre estaba dispuesto a ayudar, pero algo salía mal en cada intento. Aún así, la gente seguía llamándolo porque, al menos, sus desastres siempre terminaban siendo... divertidos.

Un día caluroso de verano, Paco estaba en la estación de bomberos tomando su café cuando sonó la alarma de emergencias. "¡Alguien necesita ayuda!", pensó emocionado. Saltó de su asiento, pero al hacerlo, tropezó con una manguera y... ¡PUM! Cayó de bruces al suelo, dándose un fuerte golpe en las bolas.

—¡Aaauuuughh! —gritó, rodando en el suelo mientras los demás bomberos se reían. Pero Paco, decidido, se puso de pie, recuperó el aliento y salió corriendo hacia el camión de bomberos.

La primera llamada del día fue una vecina, la señora Martina, cuya gata, Pelusa, se había quedado atrapada en un árbol. Paco llegó rápidamente a la escena, observó la situación y, confiado, le dijo a la señora:

—¡No se preocupe, yo me encargo!

Subió al árbol con una escalera, pero cuando llegó cerca de Pelusa, esta lo miró con ojos de terror. Paco, tratando de calmarla, extendió la mano:

—Ven, gatita, ven…

Pero Pelusa no estaba de humor para ser rescatada. De repente, saltó directo a la cara de Paco. El bombero, con los ojos tapados por la gata, perdió el equilibrio y… ¡CRAAAAC! La rama del árbol se rompió. Paco cayó de espaldas sobre una pila de juguetes de jardín, y uno de ellos era una pelota de fútbol. Lo siguiente que se escuchó fue un fuerte "¡PLAAAF!" cuando Paco aterrizó, golpeando una vez más sus ya maltratadas bolas.

—¡Ayyy! —gimió Paco, mientras la señora Martina intentaba contener la risa.

Pelusa, por supuesto, ya había bajado sola del árbol y estaba tranquilamente lamiéndose las patas en el suelo.

Después de un breve descanso para recuperarse (y aplicar un poco de hielo en sus zonas delicadas), sonó otra llamada. Esta vez, era un problema más serio: ¡un escape de gas en una casa! Paco se subió rápidamente al camión, aun caminando con cuidado por el dolor. Al llegar a la casa, un fuerte olor lo golpeó.

—¡Esto es grave! —dijo Paco, aunque en realidad lo que olía no era gas. Era algo mucho peor.

Entró en la casa corriendo, siguiendo el olor, y se dio cuenta de que el "escape de gas" no era más que un pedo gigantesco del perro de la familia, Rufus, que había comido demasiada comida de fiesta la noche anterior. El olor era tan fuerte que Paco no pudo evitar dar un paso atrás, tropezando con el tazón de comida de Rufus, cayendo de espaldas sobre el suelo, donde el infortunio lo esperaba: ¡directo sobre una montaña de caca fresca que Rufus había dejado!

—¡No puede ser! —gritó Paco, completamente cubierto de la apestosa masa, mientras la familia de la casa lo miraba atónita, tapándose la nariz.

—¡Qué peste! —exclamó el padre, y todos tuvieron que salir corriendo de la casa por el mal olor. Paco salió a los pocos minutos, resbalándose con la caca y cayendo de nuevo… ¡otro golpe en las bolas!

—Esto no puede estar pasando —murmuró, con los ojos llorosos de tanto dolor y con la ropa apestando a caca de perro.

Después de una ducha rápida en la estación de bomberos, Paco estaba listo para su próxima misión. Esta vez, lo llamaron a un parque donde un hombre había quedado atrapado en una fuente de agua. "¡Aquí sí que no puedo fallar!", pensó, decidido a redimirse.

Cuando llegó, vio al hombre chapoteando desesperadamente en la fuente. Paco, sin dudarlo, agarró una cuerda, la lanzó hacia el hombre, pero... se tropezó con una piedra en el borde de la fuente y... ¡PLOF! Cayó de cara al agua, empapándose por completo.

Al levantarse, resbaló de nuevo, y esta vez su pie descalzo (se había perdido un zapato en la caída) aterrizó directamente sobre un enorme y asqueroso montículo de caca de paloma.

—¡Ahhhhh! ¡¿Por qué siempre yo?! —gritó, mirando al cielo, mientras el hombre atrapado ya había salido de la fuente solo, riéndose a carcajadas.

Por si fuera poco, cuando Paco intentó subirse al camión de bomberos para volver a la estación, accidentalmente cerró la puerta en sus pantalones, y al tirar para liberarse... ¡ZIP! Los pantalones se le rompieron por completo, dejando su trasero a la vista de todos en el parque.

—Bueno, al menos no me golpeé en las bolas esta vez —dijo Paco con una sonrisa.

Pero justo en ese momento, una ardilla, confundida por todo el caos, saltó de un árbol directo al pecho de Paco. Él, sorprendido, dio un paso atrás y... ¡PUM! Chocó con una barandilla, y sí, lo adivinaste... otro golpe directo en las bolas.

—¡Ayyyyyy! —gimió por última vez en el día, mientras el parque entero estallaba en carcajadas.

Y así, Paco, el bombero con el corazón más grande y la peor suerte del mundo, siguió siendo un desastre en cada misión. Pero al menos, se había ganado el cariño de todos, no por su habilidad para salvar el día, sino porque, al final de cada aventura, siempre lograba arrancarles una sonrisa.

Fin.

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