
Cuento-Aventuras

Ofreciendo cuentos infantiles para familias
Álvaro el fantástico
Había una vez un mago llamado Álvaro, pero nadie lo llamaba así. Los niños en las fiestas lo conocían como "el peor mago del mundo". Álvaro trabajaba haciendo trucos de magia en cumpleaños infantiles, pero cada vez que intentaba hacer un truco, algo salía mal. Cuando intentaba sacar un conejo de su sombrero, solo sacaba pañuelos de colores. Cuando hacía el truco de las cartas, se le caían todas al suelo. Y los niños… bueno, no eran muy pacientes.
—¡Buuuu! —gritaban a coro—. ¡Qué mago tan malo!
A veces, le arrojaban papas fritas y caramelos, y él, con las mejillas rojas de vergüenza, intentaba mantener una sonrisa, pero en el fondo estaba triste. Álvaro soñaba con ser un gran mago, de esos que hacen desaparecer cosas o crean fuegos artificiales con un simple chasquido de dedos. Pero cada vez parecía más imposible.
Una noche, después de una fiesta especialmente desastrosa donde incluso el pastel se le había caído sobre los zapatos, Álvaro regresó a su casa abatido. Fue al sótano, buscando un rincón donde nadie lo viera, donde pudiera estar solo con sus pensamientos. Mientras vagaba entre cajas viejas y objetos polvorientos, algo llamó su atención: un viejo libro con una tapa de cuero desgastado. Al abrirlo, sus ojos se iluminaron.
—¿Qué es esto? —se preguntó en voz alta.
Las páginas del libro estaban llenas de extraños símbolos y palabras que nunca había visto antes. En la primera página, un pequeño texto decía: "Para mi querido nieto, que algún día descubrirá su verdadera magia".
—¡Es un libro de hechizos! —exclamó Álvaro—. ¡Mi abuela era una bruja!
No lo podía creer. Resultaba que su abuela, la dulce señora que le había contado historias antes de dormir cuando era niño, en realidad era una poderosa bruja, y ese libro antiguo había sido suyo. En ese momento, Álvaro supo que había encontrado la clave para convertirse en el mago que siempre había querido ser.
Los días siguientes, Álvaro se dedicó a estudiar los hechizos. Sin embargo, al principio, las cosas no salieron como esperaba. Quiso levitar una silla, pero terminó haciendo que flotaran sus zapatos… mientras él seguía en el suelo. Intentó encender una vela con un hechizo, pero creó una nube de confeti que lo cubrió de pies a cabeza.
—Esto no es lo que tenía en mente —murmuraba, frustrado.
Pero no se rindió. Practicó todos los días, perfeccionando los conjuros y entendiendo cómo funcionaba la magia. Poco a poco, sus hechizos comenzaron a mejorar. Ya no hacía aparecer confeti cuando quería fuego, y la silla finalmente levitó. Comenzó a sentir la magia fluir a través de él, y cada día se volvía más poderoso.
Un día, al despertar, decidió probar algo nuevo: usar magia para hacer su vida más fácil. Con un simple movimiento de su varita, hizo que las sábanas de su cama se alisaran y se acomodaran solas. Luego, en la cocina, agitó su mano, y los ingredientes para el desayuno comenzaron a volar en el aire, preparando unos deliciosos huevos revueltos. Mientras comía, observó por la ventana que el cielo estaba gris y lluvioso.
—No hay problema —dijo con una sonrisa, y con un pequeño conjuro, las nubes se abrieron y el sol comenzó a brillar.
Álvaro, ahora un mago competente, vivía sus días lleno de magia. Caminaba por las calles con una alegría renovada, ayudando a la gente a su alrededor. Un día, vio a un hombre mojado hasta los huesos por un auto que lo había salpicado con agua de la calle. Con un chasquido de sus dedos, el agua desapareció y el hombre quedó seco, agradecido y sorprendido.
—¡Gracias! ¡Eso fue increíble! —dijo el hombre.
—Solo un pequeño truco —respondió Álvaro con una sonrisa, sabiendo que su magia ahora estaba bajo control.
Con el tiempo, su reputación como mago cambió por completo. Ahora, cuando era contratado para fiestas de cumpleaños, los niños lo esperaban con emoción. Ya no lo abucheaban ni le arrojaban papas fritas, sino que aplaudían y gritaban de asombro. En un show, hacía aparecer flores de la nada, transformaba globos en animales reales que corrían por el escenario y, para el gran final, creaba un espectáculo de luces y fuegos artificiales en miniatura que llenaba la sala de colores brillantes.
Los niños quedaban maravillados. Los padres no podían creer lo que veían. Álvaro, el mismo mago que antes era abucheado, ahora se había convertido en el favorito de todas las fiestas. Cada vez que terminaba un espectáculo, los niños lo rodeaban, pidiendo autógrafos y rogando que volviera a sus próximos cumpleaños.
Fin.