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El Árbol Sabio y el Niño Futbolista

El Árbol Sabio y el Niño Futbolista

En una pequeña plaza de un barrio tranquilo, había un frondoso y viejo árbol. Sus ramas fuertes y su tronco robusto lo convertían en el rey de la plaza. Lo llamaban "El Árbol Sabio" porque había estado allí por generaciones, viendo pasar el tiempo y escuchando las historias de todos los que descansaban bajo su sombra.

Un día, llegó a la plaza un niño llamado Lucas, quien amaba el fútbol más que cualquier otra cosa en el mundo. Cada tarde, después de la escuela, Lucas corría hacia la plaza con su pelota y comenzaba a jugar. Al no haber arcos en la cancha improvisada, Lucas usaba el tronco del Árbol Sabio como su poste para practicar sus tiros al arco.

Al principio, el Árbol Sabio no dijo nada, pero con el tiempo, cada golpe de balón comenzó a despertarlo de su silenciosa meditación. Un día, mientras Lucas lanzaba un tiro fuerte que hizo vibrar sus ramas, el Árbol Sabio habló:

— ¡Oye, pequeño futbolista! —dijo con una voz suave pero profunda.

Lucas se detuvo de inmediato, sorprendido. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie más en la plaza.

— ¡Aquí abajo! Soy yo, el árbol.

Lucas, con los ojos muy abiertos, se acercó lentamente.

— ¿Un árbol que habla? —preguntó, incrédulo.

— Claro que hablo. He estado aquí por años, viendo cómo los niños juegan, las familias se reúnen, y las estaciones cambian. Pero debo decirte algo: si me sigues golpeando con la pelota, no podré mantenerme tan fuerte como lo ves ahora.

Lucas, avergonzado, dio un paso atrás.

— ¡Lo siento! No sabía que te hacía daño.

El árbol sonrió con sus ramas.

— No te preocupes, pequeño. Sé que solo quieres mejorar tu juego, pero hay una lección que puedo enseñarte. El fútbol, como la vida, no se trata solo de golpear con fuerza, sino de aprender a medir tus movimientos, a ser preciso. ¿Ves esa piedra allá? Intenta apuntar hacia ella con cuidado.

Lucas se rascó la cabeza, pensando que era una idea extraña, pero decidió intentarlo. Puso la pelota en el suelo, dio unos pasos hacia atrás y, con más precisión que fuerza, pateó la pelota en dirección a la piedra. La pelota rodó suavemente y, para su sorpresa, golpeó justo en el centro.

— ¡Lo logré! —exclamó, emocionado.

— ¿Ves? No necesitas golpear con fuerza todo el tiempo, solo debes pensar a dónde quieres llegar y cómo hacerlo —dijo el árbol, con un tono sabio.

Desde ese día, Lucas siguió practicando, pero esta vez escuchando los consejos del Árbol Sabio. Aprendió a controlar la pelota, a ser más preciso, y también a cuidar de la naturaleza que lo rodeaba.

Con el paso de los años, Lucas se convirtió en un gran jugador, pero nunca olvidó al árbol de la plaza que le enseñó que el fútbol, como la vida, es un juego de precisión, paciencia y respeto.

Y cada vez que marcaba un gol en un partido importante, levantaba la vista como si estuviera agradeciéndole al Árbol Sabio por haber sido su mejor maestro.

Fin.

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